Egeiune

⊆ 14:58 by Sant | . | ˜ 1 comentarios »

Un ruido me despertó, mi cama se quejó, como externando en sonido el dolor de mis huesos, al levantarme. El olor de su sangre todavía envolvía mi cuarto, aun así, el trabajo era el trabajo. Además ese era mi último encargo, dos pequeñas y su padre, dos almas inocentes y una corrupta. Y apenas unas cuantas monedas por esas vidas, pero así trabajaba, hay mucha gente que cree que la vida es lo único que no tiene precio, pero para mí (y para mis compañeros) no vale más que unos cuantos centavos. O por lo menos así lo creía hasta ese entonces, pero todo cambio cuando conocí a Egeiune. Alguien me había delatado y los lobos falderos de los poderosos llegaron por mí. Ya no recuerdo la cara del Dex Sacerdote que me llevó a la ciudadela de la Diosa, pero no importa, todos son una sarta de perros rastreros que viven a expensas de gente con sueños rotos y mentes vacías. En la ciudad me encontré vagando totalmente solo por corredores oscuros. En ese lugar no se veía ningún astro, sin embargo el cielo cubierto por una densa capa de nubes tenía una claridad blanquecina, así que realmente no podría decir cuántos días estuve ahí, ya que por un extraño poder no tuve necesidad de comer o beber. Después de no sé cuánto tiempo empecé a reconocer un camino trazado por unas extrañas señales en forma del símbolo que algunos utilizan para marcar aquellas cosas que la Diosa bendice (o maldice, como lo quieran ver). Tenía la forma de dos círculos inclinados y entrelazados, terminé por contar trece, y en la última había una enorme torre que dominaba toda una placeta. Era esta construcción el lugar a donde me dirigía, en ella descansaban todos los milenos de sabiduría que nuestra civilización había alcanzado, por medio de muerte y destrucción la mayoría de las veces. Y, según la leyenda, en la cima vivía Egeiune, la Diosa de la sabiduría, que en otras civilización fue llamada Pandora, la diosa del mal en potencia, solo que ellos no sabían que por lo general el conocimiento lleva a la destrucción, y, al final estos términos son sinónimos. Quizá esa era la razón por la cual los sacerdotes no enseñaban a la gente más que lo necesario para llevar una vida de tan solo conformarse con lo que cultivaban y podían vender. No son hombres amigos míos, ni dioses los que hacen que el hombre se mueva, sino ideas. Los sacerdotes temen a la posibilidad de una rebelión. Cada perro protege su hueso.
Huesos, si ahora lo recuerdo, encontré muchos huesos en la torre, testigos silenciosos de fracasos de otros tiempos, gente que no pudo con el reto, que implicaba conocer y ver con los propios ojos a la Diosa. Había espadas romanas, mongolas y hasta lanzas atlantes, escudos chinos, mascaras de jade de señores de la guerra de Allende los Mares, escarabajos egipcios de piedras exóticas. Armas, de pronto recordé que había llegado sin nada con que defenderme, así que tome una espada dorada atlante y una especie de escudo nórdico. Si los rumores eran ciertos había algo antiguo custodiando la puerta final. Seguí avanzando por escaleras y corredores interminables, escuchando demasiado nervioso los ruidos que parecían aumentar a cada paso que daba. Terminé llegando a una amplia galería, al final se divisaba una escalinata que daba entrada a la cima, a los aposentos de la Diosa, ya que la torre solo contaba con trece pisos, de ahí el numero de símbolos. Este número era temido en las viejas civilizaciones por una absurda superstición, sin embargo, para nosotros era el número de la Diosa, impronunciable en los labios de los comunes. De pronto algo se movió a mis espaldas, la atmósfera cambio de repente, se volvió más intrusiva, mis pulmones batallaban mucho por proveer de oxigeno a mi cuerpo, mi ritmo cardiaco subió de pronto, presentía el ataque, la espada atlante deseaba ser utilizada, sentí su terrible arremetida por la derecha no hubo tiempo para detenerla, logré cubrirme con mi escudo, pero bajo el tremendo golpe voló en pedazos y yo junto con él. La criatura volvía a esconderse por donde había llegado. Ahora estaba sin protección, solo me quedaba dar una estocada certera y rezar a los dioses antiguos que el monstruo pudiera ser herido. Había escuchado demasiadas historias del guardián de la puerta, la infranqueable bestia, el vástago de la Diosa con uno de los dioses del norte. Pura fuerza, el Lycan era por mucho la creación más aterradora. Ahora arremetía por mi izquierda, sin saberlo me había rodeado con gran maestría. Mi espada se movió por sí sola, mi cuerpo se agachó por reflejo, y el helado metal se unió con la caliente carne abruptamente. El Lycan cayó estrepitosamente, aullando de dolor. Después de unos segundos, mientras convulsionaba y empezaba a convertirse en humano nuevamente, entre saliva y sangre, de su boca salió una palabra, que yo no reconocí. La gran puerta se abrió de par en par. Era la contraseña, la palabra bendita que daba pase a la sala de la Diosa. Deseché mi arma y subí corriendo las escaleras. Entre al último piso y la divisé, sentada en su trono de Carrara, tan blanco y resplandeciente que parecía que había sido extraído hacia poco tiempo, tenía un diseño que poseía toques de una piedra poco conocido llamada Izquar, la cual cambia de color dependiendo de porque ángulo se le mire. La Diosa permanecía quieta, su cabellera negra y lisa, la cual descendía con gracia por su cuerpo, tenía la cara recargada sobre su mano izquierda, desde ahí me miraba con expresión divertida, sus ojos grises eran perturbadores, se decía que poseían la habilidad de enamorar a los hombres con un solo vistazo, o despojar del alma a las personas con una simpleza aterradora. Sin embargo había algo que llamaba más mi atención, su mano derecha que jugaba con dos monedas de oro. “¿Sabes la razón por la cual fuiste traído aquí, señor de la muerte?” la voz de la Diosa resonó por toda la estancia, que apenas comenzaba a observar, el techo era tan alto que no alcanzaba a divisarlo. La habitación en sí, parecía no tener fin, muy seguramente era un truco de la Diosa, tan solo estaba el trono, no había ningún otro ornamento mas. Pero no estábamos solos, había alguien atrás del trono de la Diosa, una figura más alta que el respaldo, tenía las ropas parecidas a las del Sumo Dex Sacerdote, solo que en colores negros y con una capucha que ocultaba sus facciones. A su pregunta yo no tenía respuesta, después de mi último trabajo quede extenuado y después de colocar mis cosas sobre la mesa, me recosté en mi cama y dormí hasta que los golpeteos a mi puerta me despertaron. Negué con la cabeza. “La vida de todas las personas que has asesinado te ha hecho extremadamente peligroso, el Sumo Sacerdote, aunque macilento y débil, no es idiota, desea tu muerte” su cara se ilumino con una sonrisa, era a la vez la cosa más hermosa y horrible que jamás he visto. “Toma” me arrojo las monedas de oro, que yo tome al vuelo. “El pago que muchas veces recibiste fue menos que esto, así que un par de éstas debería bastar para ir a donde desees” su tono era divertido, el ser atrás de ella se movió hasta estar a su lado. Se inclinó para susurrarle algo, pero fue rechazado con un leve movimiento con la mano de la Diosa. “Aquí mi amigo desea un pago por el poder que le arrebataste, no le gusta que otros lo utilicen para su beneficio, así que al final siempre se cobra, es muy paciente” la figura negra se removió en su lugar como asintiendo a lo que Diosa decía “sin embargo, ya nadie puede matarte, toda la sangre que consumiste al asesinar a la gente te ha hecho poseedor de sus vidas, por lo cual la tuya es perenne” un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, contado mi último trabajo había pasado por mi cuchillo a casi mil personas y llevado a la perdición a aun mas. “Sin embargo, él desea un pago, pero no puedo quitarte demasiadas cosas, de modo que…” la Diosa no terminó la oración y se levantó de su trono, un instante después, estaba junto a mí, su cara era hermosa, y fue lo último que vi, ya que como pago, el Demiurgo quería mis ojos. “Ahora vete, recorre el mundo, se prueba corpórea de mi furia, cuenta de mi grandeza, de mi belleza, largo, destruiré a este reino en cuanto tu pie haya salido de su frontera” la promesa era catastrófica, salí de ahí como mejor pude, sin problemas descendí la torre y abandoné la ciudadela ante la incredulidad de los guardias. Salí huyendo del reino, dejando atrás siglos de conocimientos, cosas que jamás podrían ser recuperadas, pero sobre todo en esa ciudad olvide a mi viejo yo.

Ahora aquí, a los escalones de este templo les digo amigos míos, que el poder de la Diosa es devastador, su cólera atemorizante, su belleza y encanto increíbles. ¡Teman hijos del viento!

Ella viene.

Fin.

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La primera entrada del blog, la renovacion de Egeiune para el concurso de cuento del Circo Universitario en el que voy a participar.

Por su atencion gracias.

adieu


One Response to “Egeiune”

  1. Beltrán Leyva Says:
    SALUDOS PINSHE TACHI. ME GUSTÓ TU TEXTO Y LOS AMBIENTES SOMBRÍOS QUE SE MANEJAN
    NO SÉ POR QUÉ SE ME FIGURÓ AL PINSHI BORGES
    SALUDOS, MAN!!
    AQUÍ NOS LEEMOS

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